En 1607, se data el primer documento que nos habla de una venida de Ntra. Sra. del Rocío a Almonte. Lo cierto es que hasta 1949, nunca hubo una fecha fija para traer hasta el pueblo de Almonte a la Virgen. Se da la circunstancia que en 1738 se trajo tres veces y que en otras ocasiones se llevaba larguísimos períodos sin venir de hasta quince o veinte años.

Es a partir de 1949 cuando, tácitamente, el pueblo de Almonte decide que venga cada siete años, considerado un espacio de tiempo prudencial para que los habitantes de Almonte gozasen en el pueblo con la presencia de su Madre y Patrona. De esta manera la Virgen del Rocío es traída en una fecha fija cada siete años después del Rocío Chico, para ser trasladada de nuevo a la aldea, antes de la Romería, permaneciendo en Almonte un período de nueve meses.

La distancia que separa Almonte del Rocío es de tres leguas aproximadamente, por los dos caminos tradicionales: Taranjales y los Llanos, por donde históricamente han discurrido los traslados a hombro de los almonteños. Al despuntar el alba, la Virgen entra en su pueblo y con el primer rayo del día se descubre el rostro que siempre trae velado desde su salida de la aldea.


Una vez realizado este emotivo acto en el lugar conocido como el Chaparral, se inicia una procesión hasta el templo parroquial por las calles de Almonte, bellamente adornadas con arcos y flores. Durante todo ese tiempo de permanencia en la villa almonteña no cesarán los cultos. Allí tienen lugar las peregrinaciones de las hermandades filiales, para culminar con una novena de misas y la procesión principal e la que, por un itinerario tradicional, la Virgen del Rocío recorre las calles del pueblo profusamente engalanadas, siendo un verdadero alarde de arquitectura efímera digna de admirar.